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LA GRANDEZA DE ZAQUEO

La ciudad de Jericó, una hermosa villa en medio del desierto, a sólo once kilómetros del río Jordán, con sus frescos manantiales y sus plantaciones de palmeras, está convulsionada. El famoso Jesús, ha llegado, y toda la gente se vuelca para verlo, sólo para verlo... Está el pueblo, y están sus jefes espirituales y los hombres piadosos en tensión por descubrir entre el camino polvoriento, al famoso "curandero" sobre quien corrían muchos dichos y leyendas.


También el diminuto Zaqueo, busca un lugar para «ver» a Jesús. Zaqueo es un hombre odiado por todos, alguien a quien la sociedad lo califica de «pecador, ladrón y traicionero», porque era servidor de los romanos, y rico acaudalado.


Zaqueo es bajo de estatura: un hombre ruín y pequeño ante los grandes de espíritu; es un ser objeto de envidias y de resentimientos. Por eso se ha refugiado en la acumulación de riquezas, cualquiera que sea su precio y su riesgo. Zaqueo no ha podido crecer como hombre, y eso lo humilla ante sus propios ojos. Por eso tiene que subir a un árbol, para sentirse un poco más grande y poder así mirar de frente a los ojos de Jesús.


Zaqueo tiene lo que los otros envidian y lo que a él no le hace falta, porque vive insatisfecho de sí mismo, pero sin salida porque la sociedad ya lo ha condenado a ser el chivo expiatorio de los pecados de todos. Traidor a su patria y violador de la ley divina, la sociedad lo ha condenado a la más espantosa soledad, porque nadie se le acerca más que para pagar deudas y para mirarlo con odio.


Sin embargo, Jesús lo miró como quien elige al hombre que está buscando, al perdido Zaqueo. Jesús tuvo que alzar la vista, con una intención que no dejaba lugar a dudas sobre el significado de esa mirada.


Ese fue el encuentro de dos hombres que se estaban buscando desde hacía tiempo. Zaqueo buscaba a Jesús desde su mismo inconsciente, como si una voz misteriosa y aun confusa le dijera que era importante ver a Jesús, no con la mirada superficial de los curiosos, que se agolpaban en la estrecha calle de Jericó, sino con esa mirada cargada de sentimientos, de preguntas, de búsqueda. Una mirada en la que estaba reflejada su vida, su aislamiento, ese Callejón sin salida en el que se había metido. Zaqueo quería ver a Jesús pero sin ser visto, con el sentimiento de aquella hemorroísa que quería ser curada por Jesús con sólo tocar su manto, mágica y mecánicamente.


En cambio, Jesús lo miró con plena conciencia porque la conversión o la curación de una persona no puede producirse por cierta emanación misteriosa de energía de su cuerpo, sino por un encuentro personal en el que cada interlocutor expresa todo lo que tiene dentro: miseria o misericordia, pecado o perdón. En Jesús, que el Señor se compadece de todos y cierra los ojos a los pecados de los hombres para que se arrepientan; porque ama a todos los seres y no odia nada de lo que ha hecho. Por eso corrige poco a poco a los que caen, y a los que pecan les recuerda su pecado para que se conviertan y crean...


Zaqueo todavía no ha hecho consciente lo que está pasando en su interior. Por eso Jesús, ante el asombro y el escándalo del pueblo, se invita o hace el invitadizo, para comer en la casa de Zaqueo, rompiendo todos los esquemas sociales; para comer y para alojarse en su casa, la casa del pecado. La iniciativa liberadora es la característica de Jesús: no sólo alzó la vista para ver y hablar con Zaqueo, sino que él mismo invita a Zaqueo, entre otros motivos, porque jamás Zaqueo se hubiera atrevido a invitar a Jesús a entrar en su casa. Porque Zaqueo es «bajo de estatura», es un ser convencido de su ruindad moral y espiritual; es alguien que ha asumido el papel que la sociedad le ha asignado. Zaqueo quisiera salir del trance, porque ya está en la edad adulta y su estatura jamás podrá elevarse ni un centímetro más. Si Jesús hubiera pasado de largo o no hubiera hablado, Zaqueo se hubiera empequeñecido más aún en una muerte lenta e irreversible.


¿Qué pasó después? ¿De qué hablaron? ¿Qué más le dijo Jesús? No lo sabemos, aunque sería interesante imaginar cómo pudo haber sido aquel diálogo terapéutico cuyo final feliz nos transcribe Lucas. Seguramente los dos hombres se quedaron solos en algún rincón de la casa y tuvo lugar una larga charla, como la habida con la samaritana o con Nicodemo; quizá duró toda la noche, cuando aún flotaba sobre la ciudad la murmuración general: «Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador.»


Lo cierto es que el encuentro llegó a su punto culminante cuando Zaqueo «se puso en pie»... Otro muerto que se levanta, otro perdido que comienza a vivir de nuevo, otro niño pequeño que se pone de pie sobre sus propias piernas y comienza a andar. Ya no es el hombre confuso que horas antes había buscado cómoda postura encima de un árbol. Es un hombre nuevo que decididamente tuerce radicalmente el rumbo de su vida y cambia sus esquemas, su modo de pensar, su sistema de valores, su relación con la gente..., en fin, su vida.


¡Y qué cambio! Zaqueo ha descubierto que puede elevar su estatura si es capaz de relacionarse con los demás recaudando amor y dando amor. El sólo sabía usar y abusar del prójimo. Ahora está decidido a compartir su vida y sus bienes con los pobres. Antes estaba aislado, solo, resentido sobre un montón de monedas. Ahora ha aprendido a decir «nosotros». Se encontró a sí mismo en el encuentro con el otro. Ahora es un hombre «grande» y libre.


Hoy, Zaqueo soy yo. Pongámonos en el sitio de Zaqueo Jesús nos está llamando también a nosotros a la conversión, nos está invitando a que cambiemos radicalmente nuestra vida. No se lo neguemos, no se lo impidamos. El Señor nos propone unirnos a Él, ser sus discípulos y, a ejemplo de Zaqueo, ser capaces de despojarnos de todo lo que no nos permite vivir auténtica mente como cristianos. Esta misma experiencia, aceptemos la mirada de Jesús, dejemos que Él se tropiece con nosotros en el camino e invitémoslo a nuestra casa para que Él pueda sanar nuestras heridas y reconfortar nuestro corazón. No tengamos miedo, dejémonos seducir por el Señor, por el maestro, para confesar nuestras mentiras, arrepentirnos, expresar nuestra necesidad de ser justos, devolver lo que le hemos quitado al otro… No dudemos, Jesús nos dará la fuerza de su perdón. El Señor está con nosotros para que experimentemos su amor. Él ya nos ha perdonado, por eso es posible la conversión, y nos diga como a Zaqueo: "Hoy ha llegado la Salvación a esta casa". Amén.

P. Rodri

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