Lo que tenemos hoy, es un eco, una prolongación de esa fiesta tan hermosa del Domingo pasado, la fiesta del bautismo de Cristo, estamos hoy escuchando el testimonio de Juan, que grande es Juan Bautista, un hombre que podemos decir que vivió para realizar su misión, anunciar a Jesucristo y luego desaparecer, y que grande esa misión, quedémonos por un momento en lo que eso significa, anunciar a Jesús y desaparecer, fue Juan el que dijo, es necesario que Él crezca y que yo disminuya; de manera que en Juan brillan dos virtudes: un amor inmenso y una humildad incomparable.
Anunciar a Jesús es una obra de amor, luego desaparecer, es una obra de humildad y esa fue la alegría de Juan, que dijo que su alegría era completa porque había logrado su misión. La primer enseñanza hoy, es, invitación a que ADMIREMOS A SAN JUAN BAUTISTA, y de esas dos virtudes hermanas que él tuvo en tan alto grado, la caridad y la humildad.
Y ¿Cuál fue el testimonio que nos dio Juan? Se resume en una frase, que la decimos siempre al celebrar la Santa Misa: ESTE ES EL CORDERO DE DIOS QUE QUITA EL PECADO DEL MUNDO, y el pasaje en que sabemos esto, es el que hemos oído hoy, que se encuentra hacia el final del primer capítulo de San Juan Evangelista.
Que quita el pecado, busquemosle sinónimos a la palabra PECADO y descubramos cual fue la maravilla del testimonio que dio Juan; por ejemplo, el pecado es como una carga, a menudo, después de la confesión se experimenta esa sensación de sentirse ligerito. Una vez escuché la confesión de un una persona, que tenía 70 años, y más de cincuenta SIN CONFESARSE, por un asesinato que había cometido allá en su juventud, más de cincuenta años sin confesarse y esa persona que ya sentía pasos en la azotea y que arañaba los umbrales de la tumba, y algo que esa persona no se había atrevido a confesar nunca, ese horrendo asesinato y luego se levanta con el cuerpo que le tiembla por el peso de los años y el alma que le tiembla de alegría y dice: padre me he quitado un peso de encima.
El pecado es un peso, es una carga, o sea que podemos tomar las palabras de Juan y decir: este es el cordero de Dios que quita tus cargas de encima, que quita tu peso, que te quita eso que te agobia, te lo quita Cristo de encima.
El pecado es también UNA VERGÜENZA, y mucha gente se detiene y no se confiesa por vergüenza, pero por qué sentimos vergüenza de confesarnos, cuando deberíamos sentir vergüenza, pero de pecar, no de confesarse, no es vergüenza confesarse, vergüenza es pecar, porque el pecado es el que trae el oprobio, es el que trae la vergüenza de la vida, y viene San Juan Bautista y dice: este es el cordero que quita el pecado, el que quita nuestra vergüenza, el ejemplo de SICAR que ya lleva cinco maridos… y lo traigo a la memoria, porque esa mujer se encontró con Cristo, y Jesús con esa delicadeza, con es pureza que tienen los ojos de Cristo, que tiene la voz de Cristo y el corazón de Cristo; con esa luz tan grande que tienen sus palabras, Nuestro Señor Jesucristo entró al corazón de esta pobre mujer y Jesús trajo una gracia especial a ella, pero lo más sorprendente es que esta mujer, dice el evangelio y a grito abierto le decía a la gente del pueblo, oigan, aquí hay un hombre que me ha dicho todo lo que yo he hecho, ¿no será ese el Mesías?
Por Dios, asombrémonos por la maravilla que hizo Jesús en esta mujer, fue tanta luz y gracia la que recibió que fue capaz de salir con rostro descubierto; le sucedió algo tan grande, tan grande que incluso su misma vergüenza la dejó a un lado, qué importa lo que yo haya sido, cuando esa llaga sirva para que aparezca el médico que me curó. Es lo mismo que sucede cuando una persona ha tenido una enfermedad muy terrible, y resulta que hay un buen médico y ese médico le cura, le sana, entonces la enfermedad ya no es pena ni vergüenza, sino que la enfermedad superada se convierte en una ocasión para celebrar, esa ciencia, esa capacidad y esa habilidad del médico, así es que cuando San Juan Bautista dice: este es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo, está diciendo también este es el cordero que quita lo que a ti te avergüenza, que no te deja levantar la mirada.
Que pesar con esto que les voy a contar: cuando uno como sacerdote va a una escuela y saluda uno a los niños y todos los niños saludan, se ponen de pie, lo abrazan a uno, sienten alegría al ver al sacerdote; pero que pesar cuando pasan los años, aquel niño que ahora ya tiene 14, 15, 16 o más años, ya le huye al sacerdote, ya no le da la cara al padre; y la niña ya no saluda, ya no mira a los ojos, ¿Qué es lo que les ha alejado del sacerdote? ¿Qué es lo que les hace que no puedan sostener la mirada? EL PECADO, es que han perdido la inocencia, es que han visto lo que no tenían que ver, es que andan tocando lo que no deberían tocar y por eso, porque el pecado llegó a su vida y con el pecado llegó también la vergüenza.
Jesucristo nuestro Señor viene a nosotros para darnos un corazón limpio, para darnos un corazón sano, para darnos un corazón que pueda sostener la mirada, un corazón que no sienta vergüenza, esa es la grandeza de la presencia de Cristo en nuestra vida, en nuestra alma, ese es el Cristo que nos quita la carga del pecado y la carga de la vergüenza; ese es el cordero que señaló Juan diciendo que ya estaba entre nosotros.
P. Rodri
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