Quinto Domingo de Pascua C
Juan 13, 31-33a. 34-35
Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: "Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará.
Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros.
Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros."
EL MANDATO DEL AMOR
En el Evangelio escuchamos que Jesús dijo: «Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en él» (Jn 13, 31) y lo hace en el contexto de la última cena, cuando Judas sale del Cenáculo para cumplir su plan de traición, que llevará al Maestro a la muerte: en ese preciso momento comienza la glorificación de Jesús; quiere decir, que Jesús fue glorificado no sólo después de la pasión, por medio Resurrección; sino que su glorificación comenzó con su pasión. En ella Jesús manifiesta su gloria, que es gloria del amor, porque entrega todo su ser, su persona, su vida. Él amó al Padre, cumpliendo su voluntad hasta el final, con una entrega perfecta, amó a la humanidad dando su vida por nosotros.
Así es que, ya desde su pasión, Jesús es glorificado por Dios, y Dios es glorificado en Jesús. Después el Señor, en el momento de anunciar que deja este mundo, casi como testamento da a sus discípulos un mandamiento para continuar de modo nuevo su presencia en medio de ellos: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros, como yo os he amado, así ámense también ustedes, los unos a los otros». Si nos amamos los unos a los otros, Jesús sigue estando presente entre nosotros, y sigue siendo glorificado en el mundo.
¿Cuál es su novedad? En el Antiguo Testamento Dios ya había dado el mandato del amor; pero ahora este mandamiento es nuevo, porque Jesús añade algo muy importante: «COMO YO LOS HE AMADO». Lo nuevo es ese «amar como Jesús ha amado». El Antiguo Testamento no presentaba ningún modelo de amor, sino que formulaba solamente el precepto de amar, cuando un fariseo le preguntó a Jesús, con ánimo de ponerle a prueba, ¿Maestro: cuál era el principal mandamiento de la Ley? Jesús respondió sin titubear: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el primero y principal mandamiento. El segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 22, 35), pero ahora, se presenta a sí mismo como modelo y como fuente de amor.
Se trata de un amor sin límites, universal, capaz de transformar también todas las circunstancias negativas y todos los obstáculos, y en ocasiones hasta para progresar en el amor. La señal por la que conocerán que son discípulos míos será que se amen unos a otros.
Entonces, ¿Cuál es, pues, la novedad del mandamiento nuevo que el mismo Jesús nos da? Es claro, cambiar el “como a ti mismo” por el “COMO YO LOS HE AMADO”. Jesús nos dijo en más de una ocasión que él no había venido a quitar la Ley, sino a perfeccionarla. Esto es exactamente lo que ha hecho ahora Jesús.
La persona que, por amor a Dios, cumple con su deber cada instante, se empeña en todo momento por agradar al Señor, ése recibirá también un día la gloria de los que triunfan, la corona de la vida que se promete a los que sean fieles hasta la muerte, y eso tal vez nos pueda resultar ya mucho; pero hay otro mandato que es EL AMOR A LOS ENEMIGOS, y eso nos parece ya demasiado, aún más difícil; pero no lo es, realmente, porque Cristo y su Espíritu están vivos y actúan en nosotros.
Pero claro que nos tiene que parecer casi imposible, porque ni siquiera amamos a nuestros familiares, ni a nuestros vecinos, menos amar a quienes no hacen mal. No amamos porque no buscamos los caminos que nos llevan al amor. El mensaje de Cristo queda en la mayoría de las veces solamente como un adorno grato y bonito, como una simple utopía.
P. Rodri
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