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Tercer Domingo de Pascua

Homilía tercer domingo de Pascua A:

Una pregunta: ¿Qué es más duro, PERDER LO QUE SE TIENE o NO NUNCA HABER TENIDO? ¿Qué es más duro, ilusionarse, o nunca haber llegar a ilusionarse?

Tal vez muchos estemos de acuerdo en que es más duro DESILUSIONARSE, porque una vez que se ha conocido la alegría de tener algo, perderlo se vuelve más duro, a que, si nunca se hubiera tenido; como cuando se pierde un trabajo, un hijo, un amigo, la libertad, un cargo, o lo que sea, a los nos llegamos a imponer o hasta considerar, como algo esencial en nuestra vida.

Que decir, por ejemplo, de la persona que poco a poco o repentinamente, se queda sin ver; o pierde una parte de su cuerpo, claro que esa situación nos entristece, nos deprime, nos frustra los planes, y nos damos cuenta que todo se vienen abajo, se derrumba, todo se acabó…

Un matrimonio en el que ya no hay respeto, ya no hay amor, vienen las infidelidades, la traición, cuando la expectativa y planes que se tenían, todo cambió, ya nada de eso quedó, huimos, nos alejamos de todo y de todos, entristecidos, decepcionados, y llega a ser tanta la desesperación, la incapacidad que muchos han llegado hasta el suicidio.

Les comparto esto, para que entendamos, el texto del Evangelio de hoy, pues algo así fue lo que experimentaron aquellos discípulos, que solemos llamar discípulos de Emaús, porque Emaús, era un pequeña población o aldea, a la que ellos se dirigían, después de haber salido de Jerusalén, camino a esa población, por eso les llamamos o peregrinos de Emaús.

Habían vivido una ilusión, una alegría, de tener en sus vidas, en su corazón, tener dentro de sí, un nuevo amor, una nueva esperanza; y la persona que había traído toda esa bondad, toda esa esperanza a su vida, era el gran profeta Jesús de Nazaret, y ellos esperaban que ese profeta hiciera maravillas por ellos, que fuera a cambiar completamente las cosas, estaban esperando que ese profeta, fuera a instalar el reino de Dios a la manera de David, que venció a todos sus enemigos, y que puso paz en las fronteras, eso era lo que ellos esperaban de Jesús.

Pero resulta que ese gran profeta de Nazaret fue traicionado, atrapado, torturado y murió con las más humillante de las muertes, sobre el madero de la Cruz, entonces, todas sus ilusiones, todas sus esperanzas, todo lo que ellos querían, se vino abajo, todo se derrumbó, todo se acabó; se habían venido abajo las expectativas que habían puesto en Jesús de Nazaret. Les faltó fe en que las palabras de Jesús se iban a hacer realidad. Muchas veces también nosotros nos hemos sentido cansados o frustrados.

En esa condición, así muertos anímicamente, muertos emocionalmente, muertos espiritualmente, así muertos los encuentra Cristo, y lo hermoso de esto es que Cristo Resucitado, les da una vida nueva, una nueva esperanza, ante todo con su Palabra, Jesús en persona se hace el encontradizo, y se pone a "caminar con ellos", sus ojos no eran capaces de reconocerlo, pero dejaron que aquél desconocido se acercara a ellos.

Primer paso: aquí empieza su conversión, DEJAR A JESUS QUE SE ACERQUE y desahogaron su tristeza, su desilusión, su fracaso, su desilusión con Él, y les hizo ver que sus expectativas eran falsas. Este es el problema que tenemos también nosotros; porque nos hemos fabricado una serie de expectativas, sobre Dios y sobre la Iglesia, al punto que nos cuesta reconocer que los caminos de Dios son diferentes a los nuestros. "¡Qué torpes sois para comprender y qué cerrados estáis para creer lo que dijeron los profetas!".

El segundo paso de la conversión, es DEJARSE ILUMINAR por la Palabra de Dios; les va mostrando a través del testimonio de las Escrituras, como el camino del padecimiento era el camino saludable y necesario, para que nosotros acogiéramos la salvación; porque sólo desde la humildad y la escucha de la Palabra, podemos recuperar la ilusión perdida, ante la sensación de fracaso. Les muestra como ese camino, no termina allí, les muestra cómo en ese camino se está desplegando el Amor de Dios y entonces, ante esa manifestación maravillosa del amor divino, sus corazones se encienden, empiezan a arder, con razón teníamos que nuestro corazón ardía, cuando…

Es lo que nos tiene que suceder también a nosotros, que también lleguemos a sentir ese fuego, para que todo aquellos que ha muerto en nosotros pero que debía vivir, todo eso, tome nuevo impulso y le dé nuevo sentido a nuestra vida.

Tercer paso de conversión: SUPLICA, los discípulos se sienten a gusto y comienzan a replantearse su postura, iluminados por aquellas Palabras de vida, que les lleva a INVITAR a Jesús: "¡Quédate con nosotros, porque es tarde y está anocheciendo!", es una invitación que nace, de la confianza en el viandante que con su Palabra, alentó, reavivó su ilusión y su esperanza.

Cuarto paso de conversión: EL RECONOCIMIENTO, este es el punto culminante, cuando Cristo PARTE EL PAN, es entonces cuando "al partir el pan" terminan por reconocer su presencia real y verdadera, es en la Sagrada Eucaristía, donde también nosotros nos encontrarnos con el Resucitado. Tenemos que sentir su presencia real y vivificante entre nosotros; a ellos, "SE LES ABRIERON LOS OJOS", pero no solo los ojos del cuerpo, sino los ojos del entendimiento, los ojos de la fe y de la esperanza, los ojos del alma, para comprender la luz del misterio de la Resurrección.

PARTIR EL PAN es todo un signo de lo que Jesús hizo en la Ultima Cena, de cómo se entregó hasta partirse y repartirse por nosotros. Todo un gesto de amor, porque esa fue la vida de Cristo; PARTIRSE, REPARTIRSE, DARSE, y en ese gesto tan sencillo, ellos le reconocen.

Y quinto paso de conversión: ANUNCIAR PARA TESTIFICAR: Después de toda esta hermosa experiencia de encuentro con el Resucitado, no queda otro camino, que volver a Jerusalén, al lugar de inicio, para contar lo que les había sucedido por el camino y cómo lo reconocieron, y ahora lo proclaman, lo gritan, pregonando a grito abierto, que el gran maestro de Nazaret, está vivo.

Entonces, hay tres lugares, donde podemos encontrarnos con Cristo Resucitado: la Sagrada Escritura, porque Él es la Palabra de Dios; el partir del pan, en la Sagrada Eucaristía, y en la comunidad que acompaña y fortalece, nuestro caminar. Felices Pascuas de resurrección.

P. Rodri


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