¡El Señor ha resucitado! ¡Aleluya!
Empecemos por el relato de los acontecimientos:
Este discípulo al que Jesús tanto amaba, la tradición lo identifica con el nombre del Evangelista Juan. Juan había estado presente en el momento de la cruz, había sido testigo de la muerte del Señor, había visto cómo la lanza atravesaba el costado y salían sangre y agua, y había visto también cómo Jesús era puesto en el sepulcro.
Pedro, en cambio, no había estado por ahí cerquita, porque le había dado mucho miedo. Pedro, en medio de la confusión de los acontecimientos, se revolvió con la servidumbre allá en la casa del sumo Sacerdote, y cuando lo "cogieron cortico" a preguntarle, resultó traidor, resultó negando a Cristo y blasfemaba y juraba: "Yo de ese señor no tengo ni idea quién es".
Pero lo decía con un acento galileo que se le notaba a la legua, de manera que cuanto más hablaba más sentían que era de los discípulos de Cristo. Entonces él se puso furioso y lo negó y lo negó, y en eso cantó el gallo, como lo hemos escuchado en los relatos de la Pasión, y Pedro se acordó de que Jesús le había dicho que lo iba a negar y lloró amargamente sus culpas, su impotencia; lloró no ser más que eso, un tal Pedro, lloró no ser más.
Pedro entonces no estuvo presente en el momento de la cruz, tampoco vio la lanzada y tampoco vio cómo había sido sepultado el Señor.
De manera que cuando iban los dos corriendo al sepulcro, Juan sí sabía cómo habían dejado las cosas; Pedro no lo sabía, ésa es la gran diferencia entre ellos. Llegan los dos al sepulcro, Juan se detiene, y Pedro entra. ¿Qué comprueba Pedro? Vio los lienzos en el suelo y el sudario, pero no entendió; vio que ahí estaban los lienzos y el sudario.
En cambio, cuando llega Juan, él sí sabía cómo habían dejado las cosas el viernes en la preparación para la Pascua. Podemos suponer que Cristo fue sepultado según la usanza de los judíos. Los judíos no utilizan ataúdes, -por lo menos en esa época no utilizaban ataúdes-, tampoco enterraban a los muertos, mucho menos los incineraban.
La manera de dar sepultura a un muerto era en una cavidad estrecha, pero relativamente amplia; en la roca se hacían como dos especies de cuartitos. En el de más al fondo, el muerto envuelto en los lienzos o en la sábana, y puesto con un trapo alrededor de la cabeza, se dejaba allí; y en el otro cuartito, en la otra recámara quedaba simplemente el espacio vacío.
Le echaban cantidades descomunales de perfumes y de sustancias olorosas que, desde luego, no llegaban a tapar por completo el olor de carne que se pudre, pero que por lo menos lo escondían bastante. La Sagrada Escritura habla de alrededor de treinta kilos de perfumes de una mirra muy olorosa. A la salida de esas dos recámaras ponían una piedra grande, eso fue lo que hicieron, ese era por lo menos el entierro de un hombre ilustre, el entierro de un rico.
Cristo no tenía póliza alguna que amparara su sepultura, fue José de Arimatea el que regaló su propio sepulcro, pero como José de Arimatea era un hombre pudiente, el sepulcro que tenía era muy bueno, era un sepulcro de primera clase. En ese sepulcro estuvo Nuestro Señor. Y Juan había visto todo eso.
Cuando llegaron al primer día de la semana, lo que para nosotros es el domingo, para ellos se llamaba simplemente el primer día de la semana, Pedro entra y ve que están tirados esos trapos ahí. Él no ve sino trapos tirados. Juan, en cambio, había visto cómo habían envuelto el Cuerpo del Señor. ¿Qué fue lo que hizo, que Juan creyera? Porque dice el Evangelio que vio y creyó.
Primero: si no estaba el Cuerpo ahí se supone que alguien se lo había llevado. Es lo que alguien podría pensar. Pero, ¿se robaría alguien un cuerpo desnudo?
Segundo: Los lienzos no estaban aventados por allí, ni amontonados, no. Los lienzos estaban en el suelo y el sudario enrollado y colocado, así los habían dejado el viernes. Todo estaba como lo habían dejado el viernes, lo único que no estaba era el Cuerpo del Señor.
Todo sucedió como si simplemente el Cuerpo de Él hubiera desaparecido, los lienzos se hubieran desinflado y quedara todo como lo habían puesto, menos el Cuerpo del Señor.
Entró el otro discípulo que había llegado primero y al ver aquello, al ver que estaba todo menos el Cuerpo de Jesús entendió que no se trataba de un rapto, de un robo, no se trataba de una burla más, sino de un robo: Dios se lo había robado, y sí se trataba de una burla, pero ya esta vez no una burla del mundo a Dios, sino que el Señor se burla de ellos, el Altísimo amenaza desde el cielo".
Aquí ya no es la burla del mundo como en el día de la cruz, aquí ya no es la afrenta del mundo. Desde este punto, desde la entraña de este sepulcro como desde un nuevo vientre, empieza la respuesta de Dios. Y la primera respuesta es: "Todo el daño que ustedes quisieron hacer, ha quedado ahí en ese sepulcro, pero el cuerpo, el cuerpo ya no está".
De manera que, ¿qué es lo que nosotros creemos cuando afirmamos la Resurrección del Señor? En primer lugar, y esto hay que decirlo claramente, estamos afirmando que su Cuerpo glorificado tiene vida inagotable, inextinguible, indestructible.
La resurrección del Señor no es simplemente un acontecimiento de sugestión en los discípulos, sino que también es un acontecimiento en la comunidad, es una fe de la comunidad.
Creer en la resurrección de Cristo entonces significa que el mismo, que estuvo colgado en la cruz, que padeció la flagelación y los insultos y las humillaciones; el mismo que murió realmente, realmente se levantó de entre los muertos.
"La resurrección de Cristo no es como la resurrección de Lázaro" o algunas otras resurrecciones, o mejor dicho, reavivamiento milagroso que se narra en los Evangelios.
Se necesitan muchas palabras y muchos testimonios para entender cómo es que ahora vive ese Cuerpo que estuvo desnudo en la cruz y que desnudo resucitó del sepulcro, eso no es tan fácil de explicar.
Y puesto que no había caso más perdido que el de Cristo, porque no había hombre que fuera más torturado, humillado, despreciado y luego puesto en la tumba; si Dios puede sacar a un hombre de ahí, y me da de su mismo Espíritu, mi vida puede ser distinta, esa es la resurrección moral y espiritual que realiza Cristo en esta vida, en tu vida y en la mía.
Pero después de esta vida, la resurrección de nuestros cuerpos, ¿cuándo sucederá aquello? Pues al final de los tiempos habrá resurrección de nuestros cuerpos.
El Apóstol san Pablo nos ha dicho: "Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba donde esta Cristo sentado a la derecha de Dios" Col 3,1-4.
La Iglesia ha nacido el día de la Resurrección, la Iglesia es posible el día de la Resurrección, nuestro anuncio tiene sentido en el día de la Resurrección.
A ese Cristo, a su amor, a su bondad, a su paciencia, nuestro amor y nuestra alabanza por los siglos infinitos. Amén.
P. Rodri
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