Eclesiástico 27, 4-7
Se agita la criba y queda el desecho, así el desperdicio del hombre cuando es examinado.
El horno prueba la vasija del alfarero, el hombre se prueba en su razonar.
El fruto muestra el cultivo de un árbol, la palabra, la mentalidad del hombre.
No alabes a nadie antes de que razone, porque esa es la prueba del hombre.
Lucas 6, 39-45
En aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos una parábola: "¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?
Un discípulo no es más que su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro.
¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: "Hermano, déjame que te saque la mota del ojo", sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano.
No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano.
Cada árbol se conoce por su fruto; porque no se cosechan higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos.
POR SUS FRUTOS LOS CONOCERÁN
Homilía 3 de Marzo del 2019
La palabra de Dios, siempre es rica, siempre es sugerente, siempre tiene algo que comunicar, pero claro, primero hay que escucharla con atención y después dejarse interpelar por ella, dejar que llegue al corazón, tal y como es, sin pasarla por el tamiz de nuestra manera de pensar y de hacer, sin devaluarla y sin hacerla decir lo que nosotros queremos que diga.
De ahí la importancia de que cada domingo, saquemos algún mensaje que pueda ser importante para nuestra vida, es verdad que hay domingos en los que la Palabra es un poco más complicada que otros, pero siempre se nos quedará algo, si nosotros queremos, si nosotros hacemos esfuerzos por comprenderla, y eso que se nos queda es lo que debemos llevar a la práctica, después, a lo largo de la semana.
En la primera lectura de hoy, podemos ver el poder, tanto positivo como negativo de la palabra hablada. Muchas veces las Escrituras nos han mostrado como palabras dichas de modo irresponsable han afectado la vida espiritual de alguien. Es muy importante lo que decimos, o lo que no decimos, porque puede tener un enorme poder en diversas situaciones.
Hablar adecuadamente, no es solo decir las palabras correctas, en el momento correcto; es controlar nuestro deseo de querer decir algo que no es necesario decir, o algo que no debemos decir de ningún modo. Desafortunadamente, los ejemplos de usar la lengua de modo impropio son muchos, como por ejemplo, al chismear, al humillar a otros, al alardear, manipular, enseñar falsedades, exagerar, quejarse, adular y mentir.
Les enseñamos a los demás, que es lo que hay en nuestro corazón, con el modo en que hablamos. Las Escrituras nos dicen que el daño que la lengua puede causar a otras personas, se puede comparar con el furioso fuego del bosque. Satanás se vale de las palabras de una persona para dividir a la gente y enemistarlos unos contra otros.
Unas cuantas palabras dichas con enojo, pueden destruir una relación que tomó años para ser construida. El Espíritu Santo nos dará más poder para manejar y controlar lo que decimos. Como cristianos no somos perfectos; pero no debemos dejar de crecer, y eso significa hacer que nuestras palabras revelen, el amor de Dios que está de nuestro corazón.
Y, por su parte, el Evangelio de hoy nos habla acerca de criticar a otros. Constantemente racionalizamos nuestros pecados señalando nuestros mismos errores en otros (lo que te choca, te checa).
Lo que haya en nuestros corazones saldrá a la vista por medio de lo que digamos y de nuestra conducta. Por sus frutos los conocerán.
¿Quién soy yo para juzgar? La pregunta más bien debería ser: ¿Quién te crees que eres, para NO juzgar?
Cuando se trata de corregir a alguien que está haciendo mal, muchos prefieren callar y recurren al ya muy conocido pero muy mal entendido: «no juzgar».
"No juzgar" se ha convertido en el tapabocas favorito que señale alguna situación con la moral, y sobre todo cuando se trata de situaciones de pecado, que ofenden a Dios. De esa forma, "no juzgar" se usa para proponer silencio, de nuestra parte ante cualquier tipo de situación.
A manera de mordaza/atadura "no mirar la paja en el ojo ajeno", o el "respeto humano o derechos humanos".
Un ejemplo: «X persona, que está casado, pero tiene una amante diferente cada quince días; son mujeres hermosas que él conquista con regalos caros. Pero no debo decirle nada porque ¿quién soy yo para juzgar? Total que yo también tengo mis defectos, y además debo respetar su vida privada. Esas son cosas que él debe arreglar con su esposa y uno debe respetar a los demás. Además que él tiene derecho a gastarse el dinero que el gana como a el mejor le parezca.» Creemos que no debemos decirles nada, para que no se ofendan, y que por no ofenderles, se condenan.
Algunos, se cierran totalmente a la razón, y huyen a esconderse en su habitación del pánico, que está rotulada con «no juzgar».
También recurren al famoso “respeto humano”. Siempre argumentan que hay que respetar, que el respeto es la paz, respeto, respeto y más respeto.
Esas actitudes “respetuosas”, que algunos adoptan ante el pecado, ya sea por cobardía o por complicidad, no son más que parte del arsenal de pretextos para condescender con el pecado. Pero el pecado no debe recibir tolerancia alguna. Los cristianos debemos ser siempre tolerantes con todos nuestros hermanos, pero tenemos que ser implacablemente intolerantes contra el pecado.
Una cosa es el ladrón y otra cosa es el pecado de robar. Una cosa es el homosexual y otra cosa es el pecado del acto homosexual. Una cosa es el adúltero y otra cosa es el pecado del adulterio. El ladrón, el homosexual, el adúltero, y todos los demás pecadores, tenemos las puertas de la Iglesia abiertas, para que cambiemos, para que trabajemos por abandonar el pecado, para que perseveremos en alcanzar la salvación. La Iglesia recibe siempre a los actores, o sea a los pecadores, por muy malos que sean, pero se le cierra las puertas a los malos actuares, o sea al pecado.
El pecado siempre debe ser señalado, con caridad, para corregir al pecador de forma fraterna, a fin de ayudarle a salvarse.
Si alguna vez te dices ¿Quién soy yo para juzgar? Más bien pregúntate, por qué no habrías de juzgar, aquellas acciones que tengan que ver con pecados, debemos corregir fraternalmente a nuestros hermanos, y debemos llamar al pecado por su único nombre: pecado.
Debemos evitar los eufemismos que pretenden presentarnos el pecado bajo la falsa protección del "respeto" o bajo el disfraz de "derechos".
El único juicio que tenemos prohibido, es el de condenar a un pecador. Pero NO tenemos la autoridad para excluir a nadie de la Iglesia, sin importar cuál sea su situación personal. No podemos cerrarle la puerta a un pecador, solo porque nos escandaliza el tipo de pecado que lo tiene esclavizado. Debemos perdonar, una y otra vez, hasta setenta veces, dice Jesús, y debemos perseverar en la corrección. No podemos abstenernos de decirle a un alcohólico que embriagarse es pecado. Tenemos que decírselo, y tratar de ayudarle en lo que se pueda. No podemos simplemente callarnos y pensar «¡Es un borracho, irá directo al infierno!». En San Lucas 6,37 tenemos prohibido hacer esa clase de juicios en contra de nuestros hermanos.
Y también tenemos prohibido contemplar de lejos a nuestros hermanos que estén sumergidos en tenemos la orden de juzgar el pecado, para salvar al pecador.
Entonces, recordemos que tenemos terminantemente prohibido, juzgar al pecador, pero tenemos la obligación ineludible de juzgar y condenar al pecado, y también tenemos el deber de usar la corrección fraterna, para salvar el alma del pecador.
P. Rodri
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