Pentecostés es el fruto maduro de la Pascua, el Espíritu Santo no es como “algo” que se añada a la Pascua, sino EL GRAN DON de la Pascua.
La historia de la Iglesia desde hace, más dos mil años, no es la historia de los hombres, sino la historia del Espíritu Santo, que se ha escrito a través de unos hombres que se dejaron guiar por el Espíritu Santo.
Cuentan que un domingo la madre de Goyo entró en su habitación y le gritó: "Goyo, es domingo, es hora de levantarse, es hora de ir a la Iglesia".
Goyo, medio dormido y de mal humor, le contestó: "No tengo ganas de ir, hoy me quiero quedar en la cama".
"¿Qué es eso de que no quieres ir? Vamos, date prisa", le volvió a gritar su madre.
"No quiero ir, dijo Goyo, no me gusta la gente que va a la iglesia y además, yo no les caigo nada bien".
"No digas tonterías, hijo, déjame que te recuerde dos razones por las que tienes que ir a la Iglesia. La primera es que ya tienes 40 años; y la segunda, no se te olvide, que tú eres el párroco".
Siempre es Pentecostés, sin la presencia del Espíritu que entra en la habitación de nuestro corazón, seguiríamos dormidos y la iglesia encerrada en su cenáculo. Hoy, la fiesta de Pentecostés, es fiesta del Espíritu Santo, es la fiesta del nacimiento de la Iglesia de Jesús, y todos somos invitados, no a que lleguemos a Dios, sino a dejar que Dios llegue a nosotros.
El Señor sopló sobre los discípulos, como Dios sopló, en la creación del hombre (Gén 2, 7), y le comunicó el don de vida. Y Jesús imitando el mismo gesto del Padre, sopló sobre ellos y les dijo: reciban el Espíritu Santo. Pentecostés constituye el origen de una nueva humanidad, y de una nueva creación. Aquellos primeros hombres que recibieron el Espíritu Santo, cambiaron radicalmente. Un nuevo impulso vigorizo sus convicciones y fortaleció sus decisiones. Desde ese momento ya nada podrá frenar su iniciativa cristiana.
El Espíritu Santo no es un INQUILINO, al que se le alquila un cuarto y uno se desentiende de ello, con tal de que pague la renta, no; el Espíritu Santo es para nosotros EL DUEÑO del techo y del piso, el dueño de la casa, el dueño de la habitación, no es un inquilino, es el dueño de tu vida, tu vida no es tuya, tu vida es del Espíritu Santo, y uno no puede decir que uno es dueño de uno mismo, no, porque si uno cree que es el dueño de su propia vida, corro el riesgo de echar a perder la vida.
Usted cree que está conquistando la vida porque hace lo que le da la gana, pero no, al contrario, la estás perdiendo, porque para poderla ganar, para conquistarla, tienes que aprender a hacer lo que te dice, lo que te inspira el Espíritu Santo; él es el dueño, el propietario, ojalá le podamos decirle al Señor: Señor toma el control, la dirección de mi vida, te entrego el comando de todo mi ser, de mi mente, de mis emociones, de mis sentimientos, de mi voluntad, de mis palabras, de mis acciones. Espíritu Santo toma el gobierno, toma el comando, toma el control de todo mi ser.
Agua que no se mueve, es agua que se pudre, así también debemos dejarnos mover, inspirar, iluminar, guiar, aconsejar por ese Espíritu; debemos estar en continuo movimiento, en continuo dinamismo, en continuo cambio. Nunca estamos hechos, acabados, sino que continuamente nos estamos haciendo, estamos en continuo movimiento, continuamente estamos aprendiendo, nos estamos formando, estamos creciendo; cuando alguien dice “es que así soy yo ¿y qué?, yo puedo hacer con mi vida lo que yo quiera...” Eso es una completa mentira, porque mientras usted esté vivo, seguirá evolucionando, Dios seguirá embelleciendo, perfeccionando en usted su obra; solo en el momento de nuestra muerte, ya no podremos hacer nada, ni para bien, ni para mal, porque hasta entonces, y sólo hasta entonces, si, ya, estaremos hechos, terminados, acabados.
El Espíritu Santo es un CONSEJERO, pero sucede que muchas veces nos dejamos influenciar por quien no tiene por qué influenciarnos y en la mayoría de los casos, influenciados negativamente, hacemos lo que otros hace, decimos lo que otros dicen, vestimos como otros visten, vestimos a la moda que otros nos imponen, somos influenciados, no somos auténticos y creemos que porque al otro le va bien, a mí me tiene que ir mejor, no, evite todas esas influencias, porque si usted se deja capturar por eso, será solo una veleta que no sabrá a dónde ir, si no es a donde el mundo y la corriente le llevan.
Sea usted mismo(a), busque la luz, busque el consejo de ese Espíritu que es nuestro consejero, a través de la oración, a través de la Sagrada Escritura y a través de las personas que tienen autoridad moral y espiritual, porque un ciego no puede guiar a otro ciego. Cuando tengas que tomar una decisión importante, pide el consejo del Espíritu Santo.
Una persona me decía, padre ya decidí separarme de mi esposa, y le pregunto, cuál es el motivo que te llevo a tomar esa decisión, y dice, es que hasta mi hija de 14 años me dice que me separe, qué consejera, de alguien que ni siquiera sabe dónde está parada y esa otra persona se sentía muy respaldada, muy bien aconsejada, porque su hija de catorce años, está tomando una decisión por él mismo.
Pero el Espíritu Santo es la fuerza poderosa que nos mueve a hacer lo correcto, a pensar sensatamente, y hablar con sabiduría; yo estoy convencido de que quien predica en mí es el Espíritu Santo, porque, yo preparo algo, pero a la hora de predicar, muchas veces nada qué decir con lo había preparado y todavía más aún, cuando usted viene dispuesto a escuchar a Dios, no si, viene a ver si el sacerdote cierra o no lo ojos, pero si usted viene dispuesto a encontrarse con Dios, a escuchar a Dios, Él le habla a usted, escúchelo, como ya les he dicho otras veces, que aunque todos estamos escuchando lo mismo, cada quien está entendiendo algo distinto, aquello que toca su vida, que toca su historia personal, que toca su realidad existencial, el que conoce su vida y lo anima, es el Espíritu Santo el que le conoce a usted, conoce su situación personal, sabe lo que necesita en este momento, le ilumina, le aconseja y le mueve a obrar.
Por eso les invito a que ustedes también se enamoren del Espíritu Santo, porque todo lo que soy, todo lo que tengo y todo lo que se, se lo debo al Espíritu Santo.
La Gloria y la alabanza solo para Él…
P. Rodri
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