Tercer tema: SIMON PEDRO,
EL DISCÍPULO QUE SUPO AFIANZARSE EN EL AMOR
Nosotros somos pecadores, hemos traicionado vilmente al Señor y a los hermanos, y necesitamos vivir intensamente un proceso penitencial…; por eso tomo a Simón Pedro el discípulo que supo afianzarse en el amor.
Pedro, nuestro personaje, es único; humanamente puede aparecer débil, inmaduro y de reacciones primarias; pero para Jesús y los primeros cristianos es la “PIEDRA” fundamental sobre la cual el Señor, se edificó la iglesia (Mt 16,18).
El autor de los Hechos apostólicos nos dice al más, en el cap. 4,3-13: “Que el día que tomaron preso a Pedro y a Juan, y los llevaron ante el tribunal, los sumos sacerdotes y los jefes del pueblo estaban ADMIRADOS, porque Juan y pedro era hombres sin instrucción ni cultura”, posiblemente no sabía leer ni escribir, pero valientes y capaces de dar testimonio vivo de Jesús ante sus hermanos judíos.
La primera carta de Pedro, se la escribió Marcos, tengamos en cuenta eso, Marcos era el secretario de Pedro en roma, por lo menos a Pedro le sirvió, porque con pablo no tuvo arreglo. Acuérdense ustedes en el cap. 11 de los Hechos, cuando el Espíritu dijo, “sepárenme a Bernabé y a Saulo para el ministerio, para el que los he destinado”. Berna era el jefe de la misión, y entonces dijo: vámonos con Marcos; Marcos era su primo y entonces constituyen el equipo de los tres: Bernabé como jefe, Saulo y Marcos.
Pero a mitad del camino, Marcos fue infiel, se cansó y se devolvió, hicieron la primera misión, regresaron y después de un tiempo de estar en Antioquía, Pablo le dijo a Berna, ¿por qué no volvemos a visitar a los hermanos, donde estuvimos sembrando el Evangelio, y quería de nuevo llevarse a Marcos. Se armó la pelotera entre los dos santos; yo con ese muchacho no trabajo, nos dejó tirados a mitad del camino, con él no vuelvo a trabajar, PROLEMA DE EQUIPO PASTORAL, jajajaja… -claro-
Y entonces dice Hech. 15,30 que se desató una discusión tan bárbara, entre los dos que llegaron hasta el PAROXISMO, iComo paroxismo, se denomina el momento en que se experimenta con mayor intensidad una emoción o sensación. La palabra, como tal, proviene del griego παροξυσμός (paroxysmós), que significa ‘irritación’, ‘exasperación’. En este sentido, el paroxismo es un concepto que tiene aplicación en diferentes ámbitos. imagínense qué se dijeron el uno al otro, jajaja… dos santos, gritando, enfrentados, uno contra el otro, porque culpa de Marquitos; al final ¿cuál fue la solución? Vete tú con Marcos, yo me voy con Silvano y Timoteo y es donde uno ve la obra de Dios, en lugar de un equipo, salieron dos equipos… El espíritu de Dios actúa CON la IGLESIA y a veces A PESAR DE LA IGLESIA.
Simón era hijo de Juan y provenía de Betsaida, pero había venido a Cafarnaúm para organizar su familia y había establecido una pequeña empresa de pesca con su hermano Andrés y otra pareja de hermanos, Jun y Santiago, que era sus paisanos (Lc 5,7). Todos ellos eran pescadores y conocían bien su oficio.
1. EL PRIMER ENCUENTRO CON JESÚS.
Los Evangelios sinópticos y el Evangelio de Juan, nos narran de forma diferente este primer encuentro con el Maestro Jesús. En los sinópticos, el llamamiento que Jesús le hace, se da al inicio del ministerio apostólico del Señor; en tanto que, para Lucas, la vocación de Simón a la Escuela del Reino es un poco más tardía. Jesús comienza a recorrer los pueblos y aldeas predicando el reino, vive en Cafarnaúm, donde conoce a Simón y su familia (Lc 4,38-39), adquiere confianza con él y hasta aprovecha una de sus barcas para enseñar a la muchedumbre desde ella (Mt 5,3).
Sólo después de un tiempo de contacto con el mundo de los pescadores, un día le propone a Simón que se lance al mar de Galilea para la pesca, no era la hora propicia para esto; Simón y sus compañeros habían estado bregando toda la noche, que era la hora normal para la pesca, y no habían pescado nada; pero con el impacto que la Palabra de Jesús había dejado en el corazón de Simón, éste le dijo al Señor: “Confiado en tu Palabra, echaré las redes”. Y el resultado fue una pesca abundante, y una sorpresa inmensa que aturdió a Simón y lo tiró a los pies de Jesús, con la experiencia de su poquedad ante la grandeza del Señor, y dijo: “¡Apártate de mí, Señor, que soy y un hombre pecador!” (Mt. 5,4-11).
La respuesta de Jesús, al Simón aturdido y maravillado, fue la vocación: “No temas, desde ahora, serás pescador de hombres” (Mt. 5,10). Y con Él se fueron los demás, al seguimiento del Señor.
En cambio, para San Juan en su Evangelio, no hay llamamiento de Simón a la orilla del lago. Su visión es más profunda, porque si para los sinópticos, primero se dio la vocación y luego el cambio de nombre y la misión (Mt 16,18-19); Para el Evangelio de San Juan, en el encuentro con Jesús se reúne todo: el proceso, la experiencia, la vocación y la misión.
Nos dice San Juan, que Andrés era discípulo del Bautista y el que vio pasar a Jesús y escuchar a su maestro que le decía: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”, se fue tras Él, vivió y experimentó lo que era compartir la vida con Él y decidió quedarse con Él (Jn 1,35-39).
Pero al día siguiente, Andrés, impactado por la experiencia, fue a buscar a su hermano Simón:
a) Le da su propio testimonio: “¡Hemos encontrado al Mesías!” = EURÉCAMEN, dice el texto griego, ¿recuerdan ustedes las historietas del Condorito, que cada que pasaba una cosa decía URECA? Está hablando en griego, LO ENCONTRÉ, y entonces EURÉCAMEN, en primera persona, se refiere ¿a quiénes? A Juan, al otro discípulo y la experiencia personal. La experiencia de Jesús no es simplemente personal, ES OCMUNICATRIA, hemos encontrado al Mesías, es una experiencia vivida, experimentada, gozosa.
b) Lo lleva donde Jesús: le facilita el encuentro personal que él mismo tuvo, es el sentido del verbo EMBLEPO, en Jn 1,19-57: aparece 17 veces el verbo VER; una cosa es cuando yo veo y experimento, y otra cosa es cuando yo soy visto y me siento penetrado por la mirada profunda del Señor, Jesús ve en profundidad EMBLEPO, penetra en lo interior de la vida de Simón y le dice su nombre: “Tú eres Simón, el hijo de Juan”, es decir, lo conoce porque lo mira con amor. Lo conoce a fondo y lo llama a una misión: “a partir de ahora, tú te llamarás Kefás”.
c) Jesús lo mira atentamente, como penetrando en su propia vida; le dice su nombre: “Tú eres Simón, el hijo de Juan”; y lo llama a una misión: “Te llamarás Pedro”.
Si preguntáramos a Pedro cuál fue su experiencia al encontrarse con Jesús, diría: para mí fue aquel que me miró con amor, y me cambió la vida, ¿por qué?, porque el cambio de nombre, implica en la Escritura, el cambio de misión, pero ese cambio de nombre no se lo dio él mismo, se lo dio Jesús; o sea que, cuando Jesús cambia el nombre, tiene autoridad, se vuelve Señor de tu vida, lo orienta y lo transforma, por otro lado; Jesús cambió a Simón en PIEDRA, con una mirada, con una Palabra Creadora, con la mirada penetró en su misterio, en su vida y en su corazón. Con la Palabra lo hizo hombre nuevo y lo colocó al servicio de los hermanos. Jesús cambio a Simón en Piedra, te llamarás “DON PIEDRA” y Kefás, si, kefás, es el masculino de piedra; con una mirada, con una palabra creadora.
Desde entonces, Pedro estuvo siempre al lado de Jesús, se identificó con Él y su ministerio, fue asumiendo lentamente su identidad de “PIEDRA” frente a los demás discípulos y el día de la crisis, cuando “muchos de los discípulos se volvieron atrás y ya no querían andar con Jesús”, porque era duro su lenguaje, y quién lo puede escuchar, Jesús les devolvió la palabra y los retó: ¿Ustedes también quieren irse? Pedro tomó la palabra y le respondió: “Señor, y ¿a quién iremos? Tú tienes Palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que Tú eres el Santo de Dios” (Jn 6,60).
En la Escuela de Jesús, Pedro, después de que Jesús les pregunta ¿Quién dicen ustedes que soy yo? (Mt 16,16) Pedro le contestó: “Tú eres el Cristo (Mesías), el Hijo de Dios vivo” y Jesús le felicitó por esta respuesta; inmediatamente después comenzó Jesús a compartirles lo que le iba a suceder a manos de los ancianos y jefes del pueblo: su pasión, su muerte en la Cruz y su Resurrección.
Pedro muy impresionando por este anuncio, lo tomó aparte y quiso defenderlo: “¡Des ningún modo te sucederá esto, Señor!”. De discípulo de Jesús quiso pasar a ser su maestro y esto le valió una reprimenda fuerte del Señor: “¡Apártate, satanás! Tus pensamientos no son los de Dios, sino de los hombres” (16,21-23). El que hacia solo unos momentos antes, había sido llamado dichoso, ahora es llamado “satanás”.
2. SEGUNDO ENCUENTRO CON JESUS
Lo llamamos “SEGUNDO”, porque el encuentro inicial había sido roto por el pecado, y la negación de Jesús. Para el Evangelio de San Juan, los personajes son reales y a la vez, simbólicos, porque expresan su propia vida, pero manifiestan también la realidad de todos. Pues bien, en el cuarto Evangelio, Judas y Pedro niegan a Jesús y al hacerlo, rompen toda relación y se alejan del Maestro; en ellos estamos representados todos.
Para entender mejor el segundo encuentro, tenemos que acudir al relato de la traición de Judas y de Pedro, desde la perspectiva del cuarto Evangelio:
a. La traición de Judas es dolorosa porque él era un “amigo de Jesús” (Jn 15m14-15), uno que comía su pan (Jn 13,18; Sal 41,10), compartiendo la misma mesa y aprovechando todo el Amor y el servicio que Jesús ofrecía (Jn 13,1-15). Cuando se realiza la traición volvemos a encontrar la misma pregunta del inicio: “¿A quién buscan? (Jn 18,4.7), sólo que aquí hay una gran diferencia con la primera vez; en aquella oportunidad, a la pregunta siguió una invitación a entrar en el conocimiento y la experiencia de Jesús (Jn 1,37). Ahora hay una manifestación gloriosa de Jesús que perturba y echa por tierra a quien lo busca para destruirlo. El abuso de la amistad, libremente ofrecida y gozosamente acogida, no trae sino la autodestrucción y la muerte.
b. Pedro, por su parte, con mucho esfuerzo, quiso ser testigo del juicio a Jesús, pero siguiendo de lejos al Maestro para no comprometerse, y enfriando cada vez más su corazón y sus acciones, prefiriendo el trato cobarde con los enemigos que la relación comprometida con su Señor (Jn 18,15-18). El Evangelista, al narrar la negación de Pedro, nos ofrece un trozo propio (Jn 18,19-24) que se vuelve reproche contra los discípulos, y testimonio del abandono de Jesús. En el fondo, la negación es una sola, pero repetida sucesivamente: “¿No eres uno de ellos? ¡No lo soy! (Jn 18,17.25). Tú eres de El, si, tú eres de él, porque estabas con él, porque eres su discípulo eso es lo que tratan los extraños, tú eres diferentes, tú eres distinto, hasta en el hablado se te conoce, ¿se acuerdan?.
Cuando uno ha convivido con el Señor, cuando uno lo ha estado siguiendo por meses y años, la vida misma se va transformando, pero en el momento en que uno, por miedo al ambiente, por miedo a las personas o por la crisis que está pasando, uno niega al Señor, acaba por negar su propia identidad. Pero en medio está la afirmación de Jesús al sumo sacerdote “¡Pregúntale a los que me han oído lo que les he hablado; ellos saben lo que he dicho!” (Jn 18,21). Mientras Jesús remite a sus enemigos y perseguidores al testimonio firme de sus discípulos y amigos; éstos se han enfriado, se acobarda y niegan su propia identidad. Jesús queda sólo y abandonado de los suyos, siendo conducido a la Cruz y a la muerte. Pero estas dos realidades serán su trono y su gloria.
Cuantas veces en nuestra vida de fe, hemos actuado como Judas y Pedro, destruyendo la amistad de Jesús y negando nuestra propia identidad; unas veces por cobardía y otras por no querer asumir lo que realmente somos ante Jesús.
3. EL RE-ENCUENTRO VITAL
Con la traición de los suyos, Jesús fue llevado a la muerte, pero transformó la misma muerte. Juan hace una lectura de este acontecimiento, presentando primero a Jesús como Rey de Israel y coronado de espinas (Jn 18,28-19,16); y lo presenta luego, en el trono de la Cruz, como el soberano que reparte sus bienes de salvación: sus ropas, su madre, su comunidad, su Espíritu y sus sacramentos. (Jn 19,17-37), como ya lo vimos en el tema de Judas, y logra que todos vuelvan sus ojos a Él, como el Autor generoso de la nueva creación (Jn 19,17-37).
El Evangelista quiere subrayar cómo la comunidad debe correr al sepulcro e inclinarse para mirar atentamente la realidad de la muerte y Resurrección del Señor (Jn 20,3-10). “VER Y CREER”, son los dos verbos fundamentales del cap. 20 y 21 de San Juan.
¿Se acuerdan del Gn cap 28, el sueño de Jacob? Y en ese sueño del Padre Jacob, ¿qué sucede? Que cuando se despertó al día siguiente, Él, emocionado por esa experiencia maravillosa de la Gloria de Dios, levanta un alatar y le pone nombre: BET EL (la casa de Dios), esta es la casa de Dios, aquí reside Dios, y noten la propuesta que Jesús les hace a los discípulos, cuando se deja ver por él: “ustedes verán el cielo abierto, a los Ángeles de Dios subir y bajar”; es decir, si ustedes ven y creen, toda su vida se volverá un betel permanente, gozarán con esa experiencia maravillosa y experimentarán a Dios que está con ustedes para siempre.
En el cap. 20 vuelve VER, se acuerdan de María llorando, quiere ver al Señor y no lo encuentra, se cuenta con lo que ella cree que es el jardinero y le dice, si tú te lo llevaste, dime dónde lo pusiste, si, y le dice MUJER, ella estaba llorando, cinco veces insiste en las lágrimas de María, que quiere ver y no encuentra al Maestro y cuando Jesús le dice María, ella se siente VISATA, AMADA, CONOCIDA y se postra a sus pies ese texto del cap. 20 es una relectura del cantar de los cantares en el capítulo tercero.
María es la novia que busca afanosamente al novio, al amado de su vida y al no encontrarlo, lo sale a buscar porque LO NECESITA, y apenas lo encuentra, lo agarra y no lo suelta, porque ES SUYO, ella LE PERTENECE AL NOVIO, y Jesús le dice, suéltame y vete a decirle a mis hermanos, estoy vivo y nos encontramos pronto.
VER Y CREER, Tomás primero escucha, estaban reunidos, pero faltaba Tomás eran diez solamente, entonces, Jesús se deja ver, está con ellos, se muestra, se deja tocar y come con ellos (Eucaristía) y entonces los discípulos le cuenta a Tomasito cuando llega: HEMOS VISTO AL SEÑOR, estamos en cuarto Evangelio, ver, es experimentar, ver es vivir, ver es gozar, ver es tener una experiencia maravillosa del Señor Jesús y Tomás dice: si no lo veo, no creo y no lo toco, si no meto mis dedos y si no meto mi mano, si, NO CREERE. Ocho días después vuelve Jesús y le dice: “ven acá Tomás” y entonces le muestra ¿qué? Los rasgos de su entrega, de su generosidad de su entrega hasta la muerte y entonces Tomás le dice: “SEÑOR MIO Y DIOS MIO, CREO”. Jesús le da una expresión que a veces no hemos captado bien: Tomás, cuidado, si, no llegues a ser INCREDULO, se fiel; el verbo GUINOMAY, es llegar a ser, y entonces, Jesús le dice a Tomás cuidadito si llegas a ser infiel, tú tienes que ser fiel, creyente y entonces la conclusión de la catequesis de Jesús: “Dichoso el que SIN VER CREE”, esa es la madurez de la fe.
Cap primero, ¿porque te dije que te vi, crees?, ver para creer, al inicio y al final, la madurez, CREER PARA VER, no sé si me entienden, pero hay todo un proceso maravilloso, la madurez de la fe se vive cuando nosotros creemos en el Señor y cuando creemos en Él, lo que vemos es señal maravillosa, porque se nos abren los ojos, se nos llena el corazón de gozo, de alegría y de paz y todo lo comenzamos a vivir y a experimentar como regalo del Señor para nosotros.
Del cap. 21, sabemos que es tardío, pero está escrito con referencia a la tradición sinóptica de la vocación de discípulos en la playa de Genezaret y como contra parte de la triple negación; no hacemos la exégesis, pero si quiero antor algunos temas importantes: Están reunidos los discípulos a la orilla del lago, no once ni doce, hay siete, número completo Pedro, Natanael, Tomás, los dos cebedeos y otros dos, número pleno, en ellos están todos y por una invitación de Pedro que es el jefe, vuelven a la pesca; me voy a pescar, vamos contigo, vuelven a la pesca que un día los unió en la vocación a servir a Jesús, como pescadores de hombres; Pedro está desnudo, es de noche y no valen de nada los esfuerzos de todos para lograr pescar algo, alguno se pregunta si la desnudez de Pedro, hace referencia a la pérdida de su identidad por la negación de Jesús; sus acciones de bondad y de justicia, las había tirado lejos, como el joven del Evangelio de Marcos, cuando huyó y no quiso acompañar a Jesús en el dolor de la Pasión, ¿se acuerdan?
En este contexto se da el encuentro nuevo con Jesús, el Evangelista lo marca con el uso tres veces del verbo FANEROO, que significa dejarse ver, es una estación de Jesús a los suyos, un hacerse visible ante ellos, a través de signos concretos y para permitirles una experiencia de novedad y de cambio; lo que le permite el ENCUENTRO es una Palabra, una pesca abundante y una mesa preparada.
La Palabra cuestiona ¿Tienen algo de comer? Laza hacia adelante: echen la red a la derecha y encontrarán, la pesca abundante abre los ojos y permite descubrir la presencia del Señor, y ¿quién es el que lo descubre primero? El discípulo amado, Pedro: es el Señor, la mesa invita y asegura esa misma presencia, VENGAN, COMAN, pero ninguno se atrevía a preguntarle, sabiendo bien que era el Señor.
La Palabra acogida lleva a la acción, concluye en la Eucaristía, para permitir a la comunidad una contemplación gozosa y serena de la presencia del Resucitado. ¿Y qué hace Pedro? Recupera su vestido y se lanza al agua y va al encuentro del Señor que lo espera con una cena preparada; miren, humanamente hablando uno dice, ¿para qué se puso la ropa y se mojó? Póngansela cuando llegue a la orilla, -no- estamos en el cuarto evangelio, se pone la ropa y se tira al agua y el agua lo renueva, y llega a la orilla, y se sienta a la mesa con Jesús, recupera su vestido, se lanza al agua, va al encuentro de Jesús que lo espera con una cena preparada: PEZ Y PAN, son la Eucaristía que Jesús ofrece, pero ¿en qué medida el vestido recuperado y el agua en que Pedro se sumerge, son el signo de conversión verdadera?
No todo concluye aquí, la Palabra y la Cena, el RE-ENCUENTRO remiten a Pedro a la re-afirmación de su amor por la triple afirmación de su entrega: tres veces negó Pedro ser discípulo de Jesús; tres veces reafirma su amor al Señor. Hay una insistencia importante: ¿Pedro me amas? Señor tu sabes que te quiero; Simón hijo de Juna, ¿me amas más que estos? Tú lo sabes todo, tu sabes que te quiero. Jesús sabe todo, conoce de la negación de Pedro y de su traición dolorosa, pero sabe también que Pedro lo ama.
EL AMOR VERDADERO ESTÁ POR ENCIMA DEL PECADO, y eso para nosotros fundamental, ¿me amas, me amas más que fulanito o fulanita? que si, Señor, te amo y le repetimos, te amo, te amo, si, salmo 18: “Señor, yo te amo, tú eres mi roca, mi balearte, mi defensor, mi única ayuda; tú eres el que me ayuda en los momentos difíciles, te amo Señor, es el amor verdadero que está por encima del pecado y es el amor el que permite volver al camino de la identidad del discípulo, y a la misión del pastor, qué le dice Jesús, cuida mis corderos, apacienta mis ovejas…
No son las oveja, y los corderos de Pedro, le pertenecen al Señor y Pedro refirmando su amor, recupera la identidad de pastor, la reafirmación de su amor y la confirmación de la misión concluyen en una verificación al seguimiento de Jesús: TU SIGUEME, esto es lo fundamental para el discípulo…
Están reunidos los discípulos a la orilla del lago, no están Doce, sino SIETE (Pedro, Natanael, Tomás, los hijos de Zebedeo y otros dos), pero este número es pleno (Jn 21,2-3), en ellos están todos y por invitación de Pedro vuelven a la pesca que un día los unió en la vocación a seguir a Jesús como pescadores de hombres (Lc 5,4-10).
Pedro está desnudo, es de noche y no valen de nada los esfuerzos de todos para lograr pescar algo. Alguno se pregunta si la desnudez de Pedro hace referencia a la pérdida de identidad por la negación de Jesús: sus acciones de bondad y de justicia las había tirado lejos, como el joven del Evangelio de Marcos, cuando huyó y no quiso acompañar a Jesús en el dolor de la pasión (Mc 14,51-52).
En este contexto se da el encuentro nuevo con Jesús; es una manifestación de Jesús a los suyos, un hacerse visible ante ellos a través de signos concretos y para permitirles una experiencia de novedad y de cambio.
Lo que permite el encuentro es una palabra, una pesca abundante y una mesa preparada. La Palabra cuestiona: “¿No tienen algo de comer?” y lanza hacia delante: “echen las redes hacia la derecha y encontrarán”; la pesca abundante abre los ojos y permite descubrir su presencia: “¡Es el Señor!”; la mesa invita y asegura esa misma presencia: “Vengan a comer; ninguno se atrevía a preguntarle, porque sabían que era el Señor”.
La Palabra acogida lleva a la acción y confluye a la Eucaristía para permitir a la Comunidad una contemplación gozosa y serena de la presencia del Resucitado.
Pedro recupera su vestido, se lanza al agua y va al encuentro de Jesús que lo espera con una Cena preparada. Pez y pan son la Eucaristía que Jesús ofrece, pero ¿En qué medida el vestido recuperado y el agua en que Pedro se sumerge, son el signo de su conversión verdadera?
Pero no todo concluye ahí. La palabra y la Cena del re-encuentro remiten a Pedro a la reafirmación de su amor por la triple afirmación de su entrega. Tres veces negó Pedro ser discípulo de Jesús; tres veces reafirma su amor al Maestro (jn,15.17)
Hay una insistencia importante: “Señor, tu sabes que te quiero; Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo” (Jn 21,15-17). Jesús lo sabe todo; conoce la negación de Pedro y de su traición dolorosa; pero sabe también que Pedro lo ama. El amor verdadero está por encima del pecado.
Y es el amor el que permite volver a la identidad del discípulo y a la misión del pastor: “Cuida de mis corderos; apacienta mis ovejas”. La reafirmación del amor y la confirmación de la misión concluye en una invitación al seguimiento de Jesús. Es esto lo fundamental para el discípulo, no tanto quién ama más, sino quien sabe permanecer sin pecar.
P. Rodri
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