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LA FAMILIA, REFLEJO DEL AMOR DE DIOS A LOS HOMBRES

FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA


En medio de las festividades de la Natividad del Señor, esta fiesta de la Sagrada Familia nos viene a decir que Jesús nació en el seno de una familia, y que su inicio en la vida fue como el de cualquiera de nosotros.


Es un buen día para dar gracias a Dios por nuestras familias, por nuestros padres, por nuestros hijos…

La tradición litúrgica reserva este primer domingo después de Navidad a la Sagrada Familia de Nazaret.


El tiempo de Nazaret es un tiempo de silencio oculto, que deja en lo recóndito de esa ciudad de Galilea, desconocida hasta que ese nombre aparece por primera vez en el relato de la Anunciación de Lucas y en el evangelio de hoy, una carga muy peculiar de intimidades profundas. Es ahí donde Jesús se hace hombre también, donde su personalidad psicológica se cincela en las tradiciones de su pueblo, y donde madura un proyecto que un día debe llevar a cabo. Sabemos que históricamente quedan muchas cosas por explicar; es un secreto que guarda Nazaret como los vigilantes (Nazaret viene del verbo nasar, que significa vigilar o florecer; el nombre de Nazaret sería flor o vigilante). En todo caso, Nazaret, hoy y siempre, es una sorpresa, porque es una llamada eterna a escuchar la voz de Dios y a responder como lo hizo María.


LA FAMILIA, REFLEJO DEL AMOR DE DIOS A LOS HOMBRES


La verdadera familia, especialmente la familia cristiana, se debe basar en el amor. Un amor que manifiesta la relación de Dios con los hombres, y de los hombres con Dios. Esta es la base de este pasaje del libro del Eclesiástico, en el que acentúa la importancia de los padres/madres en la familia, y especialmente el respeto de los hijos hacia ellos, como reflejo del amor de Dios a los hombres.


Sin embargo, ese amor, ese respeto ha de ser entre todos los miembros de la familia: tanto de los hijos hacia sus padres, como de los padres hacia sus hijos… y de los padres entre ellos. Solo así seremos verdaderos reflejos del Amor de Dios en el mundo.


La base de una familia está, en el amor de todos sus miembros, entre ellos y hacia los demás. Pero en una familia cristiana, ese amor no es un amor cualquiera, sino el reflejo del Amor de Dios.


Pocos son los pasajes del Evangelio que nos presentan la infancia de Jesús. Este es uno de esos pocos, y realmente muy relevante. No solo nos presenta un momento de su infancia, sino que se reflejan en él dos realidades importantes: la naturaleza divina de Jesús, y la vida religiosa de la Sagrada Familia.


San Lucas nos presenta a una familia creyente, que cumple con lo que Dios ha mandado, son por tanto fieles a su religión, fieles a su fe…, y en ese momento se encuentran con Simeón y Ana, dos profetas de este tiempo, fieles también a los mandatos que Dios dio a su pueblo a través de Moisés.


Simeón y Ana reconocen en ese Niño al Mesías esperado. Los dos son hombres de Dios que dedican su vida al templo. Hombres y mujeres de oración y servicio, esto es lo que les abre los ojos para poder ver y reconocer la divinidad de Jesús, la presencia real y física de Dios en el pueblo de Israel.


La familia debe ser la que transmita a sus hijos que la Eucaristía se vive en nuestros hogares, no como una imposición sino como el momento de la semana o del día en que estamos unidos a Dios y recibimos la Palabra y el alimento espiritual, pero, especialmente, que todo esto que recibimos se tiene que vivir en el día a día, en casa y en cualquier lugar en el que estemos, siendo reflejo de lo que vivimos en la eucaristía, siendo reflejo del Amor de Dios. La familia debe ser, con la vivencia de la eucaristía, reflejo de ese programa de comunidad de vida basado en el AMOR, amor que mana de la relación de Dios con los hombres a través de los sacramentos vividos en familia.


La familia debe ser también escuela de vida. Debemos enseñar a nuestros hijos a reconocer a Jesús, como Simón y Ana, en las personas que nos rodean, en todos aquellos que nos encontramos cada día, y de forma especial, aquellos que más nos necesitan. Los padres tenemos la obligación de enseñar a los hijos a vivir el amor de Dios en los demás; a valorar la vida por todo aquello que podemos dar, más que recibir; a entregarnos gratuitamente para crear en el mundo una comunidad de amor que manifieste el verdadero AMOR por el mundo.

P. Rodri



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