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LA ALEGRIA DE LA RESURRECCIÓN

Jesús ha resucitado. ¡Aleluya!

A Jesús lo sepultaron el viernes, la víspera del sábado, pero para los judíos el sábado no empezaba a las doce de la noche; para nosotros el día empieza a las doce de la noche, para ellos no; para ellos, cuando el sol se oculta, ahí se acabó ese día, de manera que después de que el sol se ocultó ya lo que sigue es otro día.


Jesús murió en la tarde del viernes, es decir, que el viernes ya se estaba acabando, de acuerdo con la mente de los judíos. Se puede decir que ya iba a empezar el sábado y el sábado es el día en que no se puede trabajar en la religión judía, de hecho, la palabra sábado viene de Sabat que significa reposo, descanso, en hebreo.


Jesús entonces murió faltando unas poquitas horas para que llegara el sábado, el descanso, y por eso las cosas se tuvieron que hacer muy rápidamente. José de Arimatea, que pertenecía al sanedrín y que era un hombre importante y que era un discípulo de Jesús a escondidas, dijo: “Yo no quiero que se quede ese cadáver ahí”, porque en el sábado nadie lo podía sepultar, porque en sábado nadie puede trabajar en la religión judía.

De manera que cuando llegó ese momento, las cosas se tuvieron que hacer muy rápidamente, se murió Jesús y José de Arimatea se armó de valor, fue donde Pilato y le dijo que si le concedía el cuerpo de Jesús para poder sepultarlo. Y así fue como llevaron a Jesús al sepulcro.


Los judíos, no sepultan a los muertos como se acostumbran en muchos lugares, o sea abriendo un hueco, metiendo el cadáver y echando tierra, así no es.


Lo que sucede es que en muchos lugares de Palestina hay una roca en las montañas que es muy fácil de excavar, porque no es roca de granito o piedra maciza, sino que es roca de sedimento, una roca sedimentosa como caliza, es una roca que es fácil de cavar.


De modo que la gente acomodada, la gente que tenía más o menos recursos para sepultar sus muertos, lo que hacía era que se abría en la roca un hueco bastante grande que tenía como dos cuartitos chiquitos y en el cuarto del fondo se ponía el cadáver.


Vamos hacer de cuenta que es entrando aquí y aquí hay una entrada, se pasa ahí con un poquito de trabajo y se llega a un cuartito donde podían caber dos o tres personas sentadas, un cuartito chiquito como una grutita; más allá estaba otro cuartito donde se acostaba el cadáver.


No se le echaba tierra encima al cadáver, lo que se le hacía era envolverlo en unas telas, primero se le ponía una tela grande, que solemos llamar el sudario. De manera que se cocía una tela larga, se acostaba el cadáver y luego la tela se pasaba por encima, quedaba el cadáver metido entre la tela, y luego de eso se envolvía en unas vendas largas a las que se les echaban unas sustancias aromáticas muy penetrantes para superar el olor del cadáver.


Se utilizaba, por ejemplo, esta sustancia que nosotros poco conocemos, pero que es de olor muy penetrante, como la mirra, esa es de la misma familia que el incienso, el incienso también es de un olor muy penetrante, entonces con esos perfumes se envolvía el cadáver.


Y alrededor de la cabeza se ponía la tela amarrando la mandíbula para que no se abriera; toda esa operación la hicieron con Cristo en un sepulcro prestado, envolvieron así a Cristo, pero no dio tiempo prácticamente de echarle todas las unturas, todas las sustancias aromáticas que acostumbraban echarle, eso no alcanzaron a hacerlo porque ya iba a empezar el sábado.


De tal manera que rápidamente tuvieron que conseguir el permiso, bajar el cuerpo, llevar el cadáver, meterlo ahí de la manera esta de telas y lienzos y salir porque ya se había acabado el tiempo.

Obviamente, como a eso se entraba por una puertita chiquita donde había que entrar seguramente acurrucado, obviamente se necesitaba tapar eso, ahí es donde entra la piedra grande, esa piedra grande que tapaba el sepulcro.


Eso no fue así, la piedra quedaba a una manera de puerta, era una puerta realmente muy pesada, porque calcule que debería tener por lo menos la mitad de la estatura de una persona, era una piedra que pesaba.

Ahí empezó el descanso, empezó el sábado y no se podía hacer nada más, y durante el sábado no se podía tampoco llevar las sustancias aromáticas para el cadáver, ¿el sábado cuándo terminó? De acuerdo a la manera de contar de los judíos, el sábado terminó cuando se ocultó el sol.


Pero a esa hora, aunque ya era el primer día de la semana, ellos no le llamaban domingo, aunque ya era el primer día de la semana, ya a esas horas, a oscuras ¿quién iba a trabajar? Por eso encontramos la prisa de María Magdalena y otras mujeres piadosas, pero la primera fue María Magdalena, que lo que estaban aguardado era que hubiera una poquita de claridad para ir al sepulcro.


Los relatos de la Resurrección son muy lindos, porque nos hablan de esa prisa de amor, especialmente de las mujeres, ellas mejor que nadie tenían dolor, porque tenían amor y sobre todo tenían una gran conciencia.


Porque ese muerto era un verdadero Profeta y que era el hombre más inocente, más santo, de alma más hermosa que hubieran podido conocer, por eso van presurosas estas mujeres y la primera fue María Magdalena.


Allá en el sepulcro, algunas de ellas, de las que fueron esa mañana, estaban precisamente llevando de esas sustancias, eso pesaba mucho, pesaba veinte, treinta, cuarenta kilos, no era fácil de llevar.


Y ahí es donde entra el evangelio que hemos oído hoy: “María Magdalena fue al sepulcro muy temprano, cuando todavía estaba muy oscuro y vio que la piedra la habían retirado del sepulcro”. Tengamos en cuenta que el Evangelista Mateo nos dice que ese sepulcro estaba vigilado por los soldados, porque las autoridades judías, precisamente para evitar que se hablara de que Cristo ya había resucitado, en previsión de eso, ya desde el viernes le habían dicho a Pilato: “Oiga, pongas unos soldados, no sea que roben el cadáver”.


El evangelio de Mateo nos cuenta una cosa muy interesante, que después de que Cristo resucitó, y que por lo tanto no apareció ningún cadáver, entonces los sumos sacerdotes dijeron: “Miren, vamos a arreglar este problema de la siguiente manera: vamos a darle dinero a esos soldados para que testifiquen que mientras ellos estaban durmiendo, se robaron el cadáver”.


Y ahí es donde entra san Agustín, que es un gran predicador y dice: “Mire qué patraña tan ridícula, ahora va a resultar que una gente que estaba dormida va a dar testimonio de lo que pasó mientras dormían”.

Llegó María Magdalena y se encontró con que la piedra estaba corrida, ella se espantó mucho y se devolvió en carrera a donde estaban escondidos los Apóstoles, les dijo: “se llevaron del sepulcro al Señor”. Pedro algo tuvo que presentir, tal vez, de manera que fueron Pedro y el otro discípulo tan amado de Cristo.


Pedro y Juan, los que se fueron allá corriendo, llegaron al sepulcro; Juan, como era más joven, llegó primero; ya Pedro estaba mayorcito, llegó Juan primero y vio que había algunos lienzos, pero no entró.

"Entonces llegó Pedro, nos cuenta la Biblia, entró al sepulcro vio los lienzos en el suelo y también el sudario que le habían puesto en la cabeza, no junto con los lienzos sino enrollado en un lugar aparte". Este es el detalle importante de este evangelio.


Pedro no había estado ahí, ¿por qué Pedro no estuvo? Porque Pedro estaba asustado ese día, el día de la muerte de Cristo. Pedro estaba asustado escondiéndose, porque Pedro decía: “Ya mataron a Jesús, el que sigue soy yo”. Pedro estaba asustado y escondido cuando Cristo murió en la cruz. Por eso, Pedro no andaba por ahí cuando sepultaron a Cristo, pero había un hombre que sí estaba, Juan, porque acuérdese que una de las palabras que dijo Cristo en la cruz fue a María, le dijo: “Ahí tienes a tu hijo, y a Juan le dijo: Ahí tienes a tu madre”.


Juan sí estaba ahí, Juan vio cómo lo habían sepultado, Juan si había estado ahí, había entrado y había acomodado el cuerpo del Señor, ahí en el sepulcro, Pedro no; Pedro no sabía cómo habían quedado las cosas, Juan sí sabía cómo habían quedado las cosas, porque Juan había estado ahí, Juan lo había visto. Juan había visto todo eso, Pedro no sabía nada.


Recordemos cómo Nuestro Señor Jesucristo murió desnudo, como una humillación más lo despojaron de sus vestidos. Cristo murió desnudo, por lo tanto, la única ropa que Cristo llevó al sepulcro fueron estas telas en que lo envolvieron. Llegó Pedro y vio los lienzos, pero Pedro no sabía nada de eso, ese lugar era nuevo para Pedro.


Para Juan no era un lugar nuevo, Juan acababa de estar ahí en la tarde del viernes, Juan había estado ahí, cuando Juan entró, “cuando entró el otro discípulo, dice la Escritura, al ver aquello creyó", porque Juan, cuando entró, se dio cuenta de que todo estaba como lo habían dejado, menos Jesús.


Por eso el que puede dar testimonio de esto es Juan, porque Juan sabía como había dejado las cosas y Juan es el que ahora entra y ve que todo estaba como lo habían dejado, incluso el trapo ese que ponían en la cabeza, ese trapo que aquí en la Escritura le llaman sudario, ese trapo estaba así enrollado, y no estaba con el resto de las telas, estaba enrollado ahí y aparte, es decir, como sucede cuando se amortaja un cadáver.

Según la costumbre antigua de los judíos, esa tela queda ahí aparte en el lugar de la cabeza, Juan entró y se dio cuenta de que ahí estaba todo como lo habían dejado, menos Jesús, y por eso dice la Escritura: “Vio y creyó”.


Ahí fue donde Juan se dio cuenta: “El Señor no está aquí” no por lo que dijo María Magdalena, María Magdalena no había entrado al sepulcro.


La misma María Magdalena hubiera podido dar el mismo testimonio de Juan, porque María Magdalena estuvo ahí en la sepultura, pero acuérdese que Mara Magdalena llegó hasta la puerta, se asustó, se devolvió y no entró; el primero que entró fue Pedro, pero el primero que entró y que vio cómo habían quedado las cosas fue Juan, o sea que fue Juan el primero que pudo, por decirlo así, comprobar que sí había resucitado.

Porque efectivamente, el susto de María Magdalena ¿cuál había sido? “Se llevaron al Señor” , era como lo más lógico de pensar en ese momento. Pero cuando Juan entra y ve que todo estaba como lo habían dejado, Juan entiende, no se lo llevaron.


Ningún ladrón de cadáveres se va a llevar un cuerpo desnudo dejando todas las telas y las ropas como estaban; no se lo llevaron, ningún ladrón de cadáveres movía esta piedra, no se lo llevaron, Él se fue, Él está vivo, no es el robo de un cadáver, es la victoria de Jesucristo que ha resucitado de entre los muertos.

Y eso es lo más grande que se puede decir en esta tierra, porque si Cristo, que fue perseguido con tanto odio, que fue crucificado con tanto odio, que fue sepultado con tanta tristeza, si Cristo se escapó de esa, si Cristo salió del sepulcro, nada tiene poder sobre ella.


Él es el más grande, Él es el más fuerte. Cristo, dice San Pablo, “una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere; la muerte ya no tiene poder sobre Él” Rom 6,9. Y esto es muy importante, porque todos los poderes de esta tierra, el último recurso que tienen para sus penas es la muerte.


Fíjense ustedes, que todo el que quiere causar miedo, causa muertes. La manera de hacerse respetar en esta tierra es: "Usted me respeta, o yo lo mato", esa es la manera de causar miedo en esta tierra, la muerte, pero si la muerte ya no tiene poder sobre Cristo, nadie tiene poder sobre Cristo, nadie lo puede asustar, nadie tiene poder sobre Él, Él tiene poder sobre todos, Él es el Señor.


Y por eso, cuando nosotros creemos en Cristo, cuando nosotros, bendito sea Dios, ejercemos fe en Cristo, y nos unimos a Cristo, también Cristo nos va curando del miedo.

Ese escalofrío de gozo que tuvo que experimentar Juan cuando entró, y vio, y dijo: “No se lo robaron, Él venció, Él es el Señor, Él ha resucitado, la gloria para Él". ¡Aleluya!

P. Rodri



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