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JUEVES SANTO

Servicio, Eucaristia, sacerdocio, tres misterios nacidos del amor de Cristo


Nos hemos reunido recordando esa tarde en que Cristo celebró la Pascua con sus discípulos en medio del dolor de la partida.

Cristo Nuestro Señor llega al final de su vida, y su testamento es lo que nosotros hemos recibido en este evangelio. En esta Cena, y en su oración en el Huerto, y en sus azotes, y en la cruz, y en el sepulcro, y en su resurrección, en toda esa acción que estamos empezando a recordar precisamente con esta celebración, Cristo no sólo nos dio amor sino que nos hizo capaces de amar.


Y en segundo lugar tenemos, que lo que Cristo entregó fue el amor, el máximo de amor, el todo de su amor, eso fue lo que Cristo entregó. Pero ese amor no se queda solamente recibido en nosotros, sino que, llegando a nosotros, nos hace capaces de amar.


¿Cómo expresó Cristo ese amor? Lo expresó de tres maneras, en el evangelio que hemos oído. Expresó el amor en clave de servicio, es el texto que vamos a repetir también hoy con el lavatorio de los pies. En la sociedad en la que vivió Cristo, los encargados de lavar los pies a la visita eran los esclavos, ese era trabajo de esclavos; como todos esos eran caminos polvorientos, caminos calcinados, la visita llegaba con los pies sucios y con los pies cansados, seguramente hinchados. Era común que el que hacía la invitación, entonces le diera al invitado ese gesto de lavar los pies. Una manera de decirle: "Llegaste a tu casa". Le lava los pies, le quita la mugre del camino, le da descanso, le da fuerzas. Servicio.


Así Cristo, con sus discípulos, toma el lugar de esclavo, toma el lugar más pequeño, toma el lugar del servidor y se convierte para esos hombres, que eran sus discípulos, se convierte como en el servidor, como en el esclavo de ellos. Pero además, les quita el mugre del camino, y les da descanso y les hace sentir en casa. Servir no es solamente hacer cosas por los demás; es acoger, hacer que el otro sienta que por fin llegó a su casa.


Y Cristo sirve, con ese gesto de lavar los pies, que es un gesto de humildad pero que también es un gesto de acogida. Y cuando Cristo nos dice que amemos como Él nos ha amado, nos está invitando a que seamos servicio para el otro; pero no simplemente haciendo cosas, sino haciendo que el otro se sienta acogido, que el otro se sienta recibido, que el otro se sienta limpio, que el otro se sienta descansado, que el otro se sienta en casa. Eso es servir.


También Cristo, a través del Pan Eucarístico, da de su propio Cuerpo a nosotros; y este regalo, esto sí que nos impresiona; porque Cristo se pone en servicio de nosotros, ya eso es maravilloso, pero que Cristo quiera visitar mi casa, tocar mi cuerpo, entrar a mi boca, volverse vida mía, esto es demasiado, eso es demasiado amor. Cristo quiere venir a tocar mi cuerpo, Cristo quiere darme de su Cuerpo y de su Sangre; Cristo quiere que su vida, su misma vida circule dentro de mí; ese es un amor demasiado grande.


Quiénes somos nosotros, para que venga Jesús hasta acá, hasta este altar, hasta este sagrario, hasta este monumento, como Visitante de honor en medio de nosotros. No contento con eso, Cristo quiere entrar en ti, Cristo quiere lavarte, limpiarte, ungirte, darte vida por dentro como solamente lo puede dar el alimento.


No hay caricia que pueda dar hombre o mujer, no hay nada que se asemeje a ese acto de amor de Cristo. Cristo lo que te quiere decir con la Eucaristía es: "Yo quiero vivir dentro de ti; quiero que tengamos una misma vida tú y yo. Pero como la vida tuya se acaba, como tu vida se extingue, yo quiero darte mi vida, que no termina nunca; quiero que tú y yo tengamos una misma vida."


Viene la tercera manera. Cristo les dice a los discípulos: "Haced esto en conmemoración mía". Con ese mandato a los discípulos, Cristo está constituyendo a esos hombres como capaces de celebrar esos misterios, es lo que llamamos el ministerio del Orden sacerdotal.


Yo mismo, ¿por qué estoy aquí? Estoy aquí enviado por el amor de Cristo. Cada sacerdote es un regalo del amor de Cristo, cada sacerdote.


Hay un sacerdocio que todos tenemos, porque nuestra vida tiene que ser como una Eucaristía, precisamente porque amamos como Él nos mama; pero hay un sacerdocio que nació en ese Jueves santo, en esa Última Cena; ahí nació un sacerdocio, es lo que llamamos el sacerdocio ministerial.


El sacerdote, ministro de Jesucristo, tiene el encargo de Cristo de presidir la asamblea cristiana; y San Pedro nos advierte: "No como dominador, no por ser comunicadores de la gracia, sino con humildad y con caridad" 1 Pedro 5,3.


Cristo, a través de sus sacerdotes, sigue amando. Cuando el sacerdote dice: "Este es mi Cuerpo", en la Santa Misa, Cristo sigue amando a esa asamblea, y esas palabras son más de Cristo que de ese hombre que está ahí, hasta el punto que la Iglesia dice: "Esas palabras son en persona de cristo; es Cristo mismo quien las está diciendo."


Cuando en la confesión oímos: "Yo te absuelvo de tus pecados", no es un hombre, cuando oímos: "Yo te absuelvo", Cristo ahí, cristo presente, Cristo mostrando su amor, Cristo entregando su amor. Ahí vive Cristo regalándonos, día tras día, semana tras semana, regalándonos su mismo gesto de amor.


Servicio. Eucaristía. Sacerdocio. Tres misterios que son un solo misterio. Tres misterios que han nacido del amor entrañable de Nuestro Señor Jesucristo.

P. Rodri



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