Dios, ante nuestros pecados, pronuncia la sentencia,
Pero, no la ejecuta, porque tiene misericordia de nosotros,
¡Es impresionante el evangelio de hoy! ¡Impresionante! Esa discreción de Cristo, esa delicadeza de Cristo que contrasta con la violencia, con la altanería, con la agresividad de los que pasaban por encima de la vida de una persona con tal de echar a perder el ministerio de Jesús.
La Ley de Moisés era una ley sumamente drástica: mujer que cometa adulterio, a piedra hay que matarla. La ley de Moisés era una cosa buena en la medida en que ayudaba a iluminar la conciencia, es decir, ayudaba a descubrir qué es lo bueno y qué es lo malo.
En la Ley de Moisés, el pecado y el pecador se tratan juntos, se tratan de la misma manera, se meten en una sola bolsa. Como el pecado del adulterio es una cosa espantosa, entonces al adúltero hay que tratarlo de una manera espantosa, ¿ves? El pecado y el pecador se tratan como si fueran una sola cosa.
Acusan a la mujer de haber cometido adulterio. No aluden para nada al hombre. De nuevo la mujer pisoteada y vejada por la ley de los hombres, que sólo tiene en cuenta a la mujer adúltera. Nadie interroga a la mujer, porque para ellos no tiene valor lo que diga una mujer, todos la consideran culpable. Lo que vale es lo que dicen los que la han capturado, y ante eso, quieren aplicar el castigo establecido por la ley, sin mirar nada más, sin ver al ser humano que tienen delante.
La pregunta que le hacen a Jesús, es para tener de qué acusarlo: "Moisés nos dijo que había que apedrear; y usted ¿qué dice?". Como le oían tanto que la misericordia y la misericordia, y el perdón y el amor, entonces le tendieron esa trampa.
Pero para que esa trampa surtiera efecto, tenía que morirse la mujer. Y no les importaba la vida de la mujer, "que se muera, con tal de que la trampa funcione". Y la trampa era esta: que a Jesús le tocaba decir: "¡Mátenla!", contradiciendo en cierto sentido todo su mensaje que es de misericordia, de conversión, de amor.
Porque si Jesús decía: "No, no la vayan a matar", entonces estaría contradiciendo la Ley de Moisés; usted está predicando que desobedezcamos la Ley de Moisés, luego el que tiene que morirse es usted". Qué trampa, ¿ah? ¡Qué trampa tan terrible! Fíjense lo que le decían a Cristo: "Decrete la muerte de esta mujer, o la muerte que vamos a ver aquí, será la suya".
Como quien dice: "O se muere ella, o se muere usted"; porque desde luego, si Jesús decía: "No la maten", entonces ¿qué iba a pasar? Estaba predicando la rebelión contra Moisés, y el libro del Deuteronomio y del Éxodo, dicen de aquella gente que predice rebelión contra Dios, "hay que matarlo".
Ellos sienten que tienen la presa bien agarrada, y por eso nos dice el evangelio: "Insistían: bueno, ¿qué hacemos? a ver, ¡diga! responda: ¿la matamos, o qué es lo que vamos a hacer?"
Cristo nunca negó que se había cometido ese pecado; es lo mismo que sucedía en la parábola del hijo pródigo, Cristo nunca dijo que el muchacho había obrado bien; Cristo no negó el pecado de la mujer, y eso es lo más admirable, que sabiendo que era una pecadora, la defendió; y sabiendo que era una mujer que había caído en un pecado tan sucio, la trató con pulcritud y con delicadeza.
A veces pasa en la justicia de los hombres, que cuanto peor es el crimen que ha cometido una persona, peor lo tratan. Si es un criminal asqueroso, repugnante, se le trata a las patadas y a los empujones. En cierto sentido eso es explicable, porque es un hombre peligroso, entonces es esposado y es a empujones:
Cristo no nos trata así; lo que nosotros hemos hecho contra Dios es muy grave y Cristo no nos trata así. Cristo, aunque nosotros somos sucios, nos tata con pulcritud; y aunque nosotros hemos hecho cosas feas, nos trata con delicadeza.
Y viene la respuesta del Señor: " El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra". ¡Qué sabiduría! porque no dijo que la mujer fuera inocente. La sentencia, Cristo la ratificó: "Se merece las piedras, pero ustedes no son nadie para ejecutar la sentencia. La sentencia quedó pronunciada, pero no quedó ejecutada.
Cristo dijo: "El que este sin pecado, tire la primera piedra". Lanzó la sentencia, no lanzó la piedra; pronunció la sentencia, no la ejecutó. Así es Dios con nosotros. Dios pronuncia la sentencia para que nosotros sepamos que somos culpables, que cometer pecado trae consecuencias, y mucho de lo que estamos viviendo es por nuestros pecados, eso es así, el pecado tiene consecuencias.
Pero Cristo no ejecuta la sentencia, de esa manera se unen su sabiduría, su justicia y su misericordia.
Jesús no permite que alguien use la Ley de Dios para condenar a nadie. Tras desarmar a los acusadores, no condena a la mujer y le ofrece nuevas oportunidades de vida. Su actuación con la mujer es comprensiva, tierna.
P. Rodri
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