HOMILIA DOM XXXI T.O. C
La fe de Zaqueo se manifiesta con dos características:
- liberación
- curación de la ceguera.
Jesús, ante todo, le libera de las cosas. Y después le abre los ojos. Por lo que ahora Zaqueo llega a ver a los otros. "Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más.
Cosa extraña. Zaqueo no lleva al huésped ilustre -como hacemos nosotros- para que admire los cuadros, los muebles, las colecciones valiosas. Desde el momento en que Cristo entra en su casa, se diría que al propietario todo lo que tiene le fastidia, se convierte en un estorbo insoportable, un impedimento para "ver" al Maestro.
Y se libera de todo. No quiere que el "tener" sofoque e impida el crecimiento del ser que ahora apenas acaba de despuntar. Para él la fe se traduce inmediatamente en desprendimiento, en un tomar distancia de la riqueza acumulada. Acoger a Dios significa desembarazarse de los ídolos. Fiarse de Dios significa renegar de la monotonía. Y Zaqueo descubre de improviso a los otros, precisamente en el momento en que éstos murmuran ante su puerta y tiran contra las ventanas las piedras de la murmuración: "Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador".
A través de los cristales rotos, Zaqueo ve finalmente al prójimo. Un prójimo que le es hostil. Su mirada, atrofiada por el egoísmo, se ha curado. Ya no ve a los demás como individuos a explotar, a quienes arruinar todo lo posible y todavía más, con todos los medios lícitos y también con aquellos no demasiado ortodoxos. Ahora ve a los otros como hermanos. Y empieza, por primera vez en su vida, a conjugar el verbo "compartir".
Comienza, por primera vez, a usar las manos no para coger, arrebatar, tener, sino para dar. Las cosas, los bienes, el dinero ya no son objeto de conquista, de rapiña y posesión feroz, sino que se convierten en signo, sacramento de fraternidad y amistad. A causa de las riquezas acumuladas, Zaqueo era un excomulgado, un separado. Ahora, en el signo del compartir, se convierte en el hombre del encuentro. Porque alguien, primero, ha logrado "encontrarlo". La excomunión, en efecto, ha sido levantada, el muro de separación ha sido destruido por aquella mirada que le ha alcanzado, le ha, literalmente, "desanidado" mientras él estaba encaramado en la higuera.
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